por Eva Góngora
Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero; entiendes que los verdaderos amigos son contados y quien no lucha por ellos, tarde o temprano, se verá rodeado sólo de amistades falsas.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando durante toda una vida; comprendes que si has herido a un amigo, probablemente su amistad jamás volverá a ser igual. Que quien humilla o desprecia, algún día, sufrirá las consecuencias de sus actos. También aprendes que disculpar cualquiera puede hacerlo, pero que el perdón sólo proviene de almas generosas.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con una persona es irrepetible; aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto. Comprendes que apresurar o forzar situaciones para que ocurran ocasionará que al final no sean como las esperabas, y te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Llorar ante una tumba no tiene sentido, si jamás demostraste el afecto que sentías por la persona que se ha marchado. Lamentablemente, todo lo anterior -y mucho más- sólo se aprende o entiende con el paso del tiempo.
Por eso, hoy deseo aprovechar mi tiempo para decirles a mis amigos cuánto los recuerdo, los añoro y aprecio, porque me abrieron sus brazos y me otorgaron su cariño, porque me compartieron su tiempo y me comprendieron, porque no tienen ni idea de lo mucho que me dieron al brindarme su amistad. Porque, en definitiva, la amistad es un fruto mágico que se cultiva en el corazón de los hombres. Y doy gracias a Dios por darme la oportunidad de conocerlos.
Hoy, quería aprovechar sabiamente mi tiempo y, por ello, he dicho todo lo anterior; porque hace muchos años un querido amigo me dijo que “El hombre se hace viejo muy pronto y sabio demasiado tarde”. Justamente cuando ya no hay tiempo.