Pedro Ramírez
Sin más esperanzas que la vida misma
y con los ojos cargados de sueño
imagino los rostros cansados
de esta ciudad desvelada .
Peatones desconocidos
que nunca se miran a los ojos,
fuman un par de cigarrillos
y contemplan más de un anuncio,
beben los tragos que pueden
y se tragan las horas deseando.
Ellos aman la grandeza
que regala la soledad.
Un desfile de anónimos,
hijos de la fecundidad de la media noche,
con los bolsillos colmados de ausencia
sólo les resta aferrarse a la careta
en la que ni ellos mismos se reconocen.