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Editorial

por Pedro Ramírez   

Hoy abrí los ojos y descubrí que la vida no ha cambiado en mucho: siguen los conflictos bélicos, las mentiras sobre la economía y la seguridad pública, las muertes cotidianas que ya no despiertan emoción alguna, la pobreza que es más cruda que antes, los niños que se quedaron sin infancia y se han convertido en receptores de la televisión y de los videojuegos.

     Abrí los ojos y me encontré con este mundo de humanos que se han “modernizado”, que ya no saben esperar o creer; que actúan para ser, para existir, para demostrar superioridad. Quizá sea la antesala del prometido “mundo feliz”: satisfacer el instinto de poder sin importar las consecuencias ni el mañana ni, mucho menos, el prójimo. Un mundo donde el discurso se ha convertido en mandato y no tolera el diálogo; donde la voz del más fuerte -o más poderoso- calla toda posible propuesta.

    En gran parte, la violencia nace de creer que las razones de un individuo, que generalmente tiene el poder, son superiores al resto de la sociedad. Por eso, quien tiene el poder no se permite interlocutor alguno, todo le afecta, todo le representa peligro. Si las ideas son buenas o malas no es tema de discusión, lo que le interesa es la imposición, el cumplimiento de sus órdenes. El mundo moderno ha perdido no solo la capacidad de dialogar sino también la de escuchar.

     A los otros, a los que nos encontramos en el grupo de espectadores, nos quedan dos caminos: callar, refugiarse en el anonimato o arriesgarse y proponer nuestra voz como una posibilidad para redefinir el mundo y, sobre todo, a nosotros mismos.

     En este hábitat perfecto, donde la mente se ha acostumbrado a contemplar, a recibir e, incluso, a ignorar, coincidimos sorpresivamente, en un lugar y tiempo determinado, con personas que nos enseñan visiones distintas sobre la rutinaria realidad. A través de sus lecturas, de su experiencia de vida, de sus propias creaciones nos brindan ideas, escenas, personajes que vienen a nutrir de sentido a nuestro desesperanzado mundo violento.

     Las siguientes páginas de Coincidir reunen a varios valientes que a través de la tinta y el papel nos ofrecen sus creaciones; donde, a pesar de este mundo agresivo, nos revelan que es posible expresar la voz y la visión de otros mundos, más íntimos, más humanos.

     La hoja en blanco es un reto. Un reto a la inteligencia humana, a nuestra capacidad de pensar. Un reto al que muchos renuncian incluso antes de intentarlo. Los colaboradores de Coincidir nos enseñan que a través de la hoja en blanco, su tinta puede mostrar nuevos senderos al pensamiento y a la imaginación.

   Hoy abrí los ojos y, al leer sus textos, descubrí que la creatividad aún puede sorprenderme.