Ana Fierros
Lentamente tu voz fue amainando
cual imponente torrencial a ligera llovizna
con ella también se fue deshaciendo el férreo yelmo
con el que desde infante resguardaste tus sentimientos
Aquel galeón fuerte,
implacable,
inabatible,
estaba derruido
entonces se invirtieron nuestros roles
y aunque no supe cuidar de ti,
no hubo reproches;
en tus ojos muy abiertos
podía verse el sufrimiento
mas con tu último aliento
solo repetiste:
“te quiero mucho,
te quiero”.